Cuando miles, tal vez millones de mexicanos, saluden mañana la santificación de Juan Pablo II con espejos tornados para reflejar la luz del Sol, cumplirán con un rito muy especial.
Fueron los espejos los que en alguna medida simbolizaron la relación que Juan Pablo II, el recién electo Karol Wojtyla, estableció desde su primer viaje con el “México, siempre fiel” que definió durante la misa celebrada en la Catedral metropolitana en aquel 26 de enero de 1979.
El Pontífice fue recibido por el entonces presidente, José López Portillo, quien se dirigió a él como “distinguido visitante”, sin darle trato de jefe del Estado Vaticano, ya que México no tenía relaciones diplomáticas con la Santa Sede.
Fueron los espejos los que iluminaron su partida el 31 de enero, pero también el entusiasmo de los mexicanos ante un Papa “guadalupano”, el “Papa Amigo”, que según testimonios tenía en su oficina, sobre su escritorio, una figura de la virgen morena.
Fue en ese viaje cuando ante las multitudes que movilizó, en México y procedentes de Estados Unidos y Centroamérica, comenzó a ser visto como un “Superstar”.
Esas multitudes estuvieron ahí, por él, en cada uno de los otros cuatro viajes que hizo a México a lo largo de los 25 años de su pontificado, en 1990, 1993, 1999 y 2002, respectivamente.
Juan Pablo II fue el papa de la Iglesia católica que realizó más viajes pastorales alrededor del mundo durante su pontificado: 104 viajes apostólicos fuera de Italia, por 129 países, y 146 recorridos por diversas regiones italianas.
La Arquidiócesis de México informó que se espera que asistan a la ceremonia de canonización de Juan Pablo II unos cinco mil mexicanos, además de algunos cardenales, entre ellos Norberto Rivera.