Estoy sentada solo en el bar. Nerviosamente tomo pequeños sorbos de vino y como de una taza de maníes, con más frecuencia de lo que necesito. Trato de mostrar un aire de confianza, pero no puedo evitar preocuparme como me veo ante las parejas que entran a club, sus ojos paran para echar un vistazo a la mujer sentada aquí a solas. Cambio de rumbo y saco una libreta y un bolígrafo en el bar, tomo algunas notas que pueden ser útiles para mi pieza, pero principalmente porque no quiero que parezca que pertenezco a este lugar. Pero tampoco quiero asustar a la gente. Guardo mi libreta debajo de mi bolso y vuelvo a mi superficial observación de la sala a mi alrededor. Unos días antes había enviado un mensaje a mi media naranja, quien estaba de viaje, para decirle: “hipotéticamente, si tuviera que pasar el Día de los Enamorados por cuenta propia, para trabajar, en un club de sexo, ¿querrías que te cuente o no?”.
Este es el tipo de trabajo que puede requerir altos niveles de comprensión de nuestros seres queridos. Mi incómoda presencia en el bar de un club parisino de swingers es una consecuencia directa de mi presencia, la semana pasada, en una sala cuya decoración era menos suntuosa, sin estampados de animales y velas ardiendo: un tribunal en Lille, al norte de Francia. Todo comenzó cuando me enviaron a cubrir el juicio de Dominique Strauss-Kahn, un nombre que se ha convertido en sinónimo de poder y sexo desmedido. A primera vista, es una historia explosiva. Aunque sabemos que el sexo vende, los periodistas no lo colocamos en los titulares con frecuencia, menos aún conseguimos poner el nombre del exdirector del Fondo Monetario Internacional y la palabra “proxenetismo” en la misma oración. Pero es una historia compleja y diabólica para cubrir. Nadie estaría interesado en el jucio de 14 personas por presuntamente buscar prostitutas si no se tratase de Dominique Strauss-Kahn. ¿Cómo explicar su presencia sin perder lectores en las minucias de un caso relativamente monótono?.
Es conocido en Francia como “El caso Carlton”, luego de que los gerentes de un hotel fueron acusados de buscar prostitutas para fiestas de sexo para alguien llamado “Dodo el proxeneta”. Veo muchos errores en la cobertura, medios mezclando detalles del complejo caso, que si fuese explicado en un gráfico, se vería muy parecido a los aros olímpicos. Dominique Strauss-Khan nunca puso un pie en el Carlton. Él conocía a alguien, quien conocía a alguien, quien conocía a alguien, quien contrataba prostitutas para Dodo, y el tribunal está, básicamente tratando de entender hasta qué punto él organizaba el esquema para que las prostitutas participaran en orgías, lo que podría hacerlo culpable de buscar prostitutas. Como él aparece en el tribunal solo el primer día y en la segunda semana del proceso para testificar, la cobertura se convierte en una batalla constante para enlazar a quien sea que esté en el tribunal con la atracción principal del juicio, Strauss-Kahn, en una cobertura continua. Cuando el testimonio habla de Strauss-Kahn, con sordidez, a un nivel de detalles sin tapujos, se nos presenta un nuevo desafío: ¿cómo escribir acerca de este tipo de sexo?.
El tribunal presiona a exprostitutas para contar historias de grupos de sexo y sodomía, en las que dijeron haber participado, no porque querían sino porque se sentían incapaces de rechazar. En la sala de prensa nos sentimos como voyeurs. Todos somos adultos, y sin embargo aquí estamos, retorciéndonos y mostrando sorpresa a medida que las gráficas historias son reveladas, o también echando miradas de desaprobación a otros por hacer lo mismo. ¿Pero qué tiene que ver esto con proxenetismo? La pregunta surge en el tribunal al tiempo que Strauss-Kahn pone en el foco sus preferencias sexuales, argumentando que él no está en juicio por actos lascivos. Algunos abogados quieren demostrar que sus gustos podrían demandar la contratación de prostitutas. ¿Eso significa que esos actos son reservados solo para estas chicas?. Una mirada a una revista femenina –que en estos días presentan con frecuencia datos útiles sobre prácticas sexuales o la etiqueta en fiestas de sexo- podría sugerir lo contrario. Al igual que una visita a un club de swingers parisino, pero volveremos a eso más adelante. Entonces, ¿cuánto de está sordidez gratuita comparto con los lectores? ¿Ellos quieren escuchar la frase “sexo anal” o debería usar el término bíblico “sodomía”? Es un balance delicado. Una vez, cuando le preguntaron si había hablado con Strauss-Kahn en una determinada ocasión, una exprostituta respondió “no, él estaba en mi boca”. Sorpresa en la galería. Esa cita en particular no entró en mi reporte. Sentí que no podía justificarla y que no tenía el espacio para ello.
La gente –por regla- adora leer acerca de sexo, como mostró la inmensa popularidad de “50 sombras de Grey”, cuya versión en cine llegó a las salas al mismo tiempo que Strauss-Kahn estaba en el banquillo. Pero así como había personas clamando por locuras de alcoba fuera de la rutina, había otros expresando su desaprobación. Como periodista cubriendo este juicio, he tratado de encontrar un punto medio con noticias que valgan la pena, como principio guía. Pero, desde el comienzo, el argumento de la defensa de Strauss-Kahn de que él es apenas un libertino, ha despertado mi curiosidad. Libertino podría describir a alguien sin ataduras morales en lo que se refiere a los asuntos carnales. En la práctica, esto aparenta tener sexo con grupos de personas. Pero ¿quiénes son estas personas? ¿Son pervertidos enmascarados que pasan su tiempo copulando salvajemente en celdas oscuras o son personas, quienes como Strauss-Kahn, caminan por los corredores del poder? Me decidí a averiguarlo.
Siempre hay un momento de ansiedad cuando me meto en una historia, quizás presionada por el peligro, dependiendo de dónde estoy, pero principalmente relacionada con si conseguiré las citas, la historia, el producto terminado. Mi corazón se acelera cuando me acerco al club libertino en París. ¿La gente querrá hablarme? ¿Serán sexualmente agresivos? Mi mente se sobresalta. Me siento en un bar por largo tiempo esperando a que el club se llene. Un tipo luce como si hubiese salido de un laboratorio de informática, y su novia como si estuviese yendo a la iglesia. Otros no dejan nada a la imaginación. Pero fuera de eso, se siente como un bar normal. La gente habla, comen del servicio, las luces de discoteca iluminan el piso de baile. Me decidí a adoptar una táctica. Esperaré a que las personas se acerquen para hablarme, y rápidamente dejaré claro que no estoy allí para lo que sea que ellos puedan imaginar, y trataré de usar eso para preguntarles algunas cosas. Algunos hombres solteros, algo raro en estos clubes, se acercan y parecen felices de responder mis preguntas, pero tengo más interés en lo que las parejas pueden decir. Finalmente una mujer comprando un trago a mi lado se inclina y me dice, en tono amigable “¿qué haces aquí sola?”, comenzamos a conversar y me invita a sentarme con ella y su esposo, desde hace 25 años, para una entrevista.
Mi trabajo me ha llevado a todo tipo de lugares como el este ucraniano, o sitios peligrosos de África, pero éste es, sin duda, uno de los retos más inusuales de mi carrera hasta ahora. En el club de sexo, así como en el tribunal, ¿cómo puedo contar esta historia sin ser vulgar? Trato de enfocarme en las personas: ¿por qué están aquí en el club de swingers? ¿quiénes son?, etc. La noche avanza y hablo con personas de diferentes contextos y edades quienes vienen aquí en busca de algo que es un gran tabú para la sociedad, a juzgar por las respuestas sobre el estilo de vida de Strauss-Kahn. En este club, los límites personales son sagrados. Algunos vienen para imbuirse en el ambiente sensual, otros para ver a otros teniendo sexo o solo para tener sexo con su pareja, mientras otros van a los cuartos del club para enredarse entre un grupo de gente. En cuanto a mi, sentada sola en el bar, mientras las parejas recorrían los cuartos oscuros, conversaba con aquellos que hablaban amigable y respetuosamente. Mientras Rihanna vociferaba desde los parlantes, me encontraba a mí misma pensando que éste no era la peor noche de Día de los Enamorados que hubiese tenido.
Editorial de Fran Blandy, reportera gala reconocida en toda Europa