La próxima beatificación del arzobispo salvadoreño Monseñor Óscar Arnulfo Romero no sólo le da a América Latina el honor de tener un mártir y muy seguramente a un santo. También está redefiniendo el significado de esa figura para la Iglesia católica, al tiempo que abre la puerta para que otros sacerdotes, que murieron en su ministerio cristiano, sean considerados mártires.
Tradicionalmente, la Iglesia católica ha designado como mártires a quienes han muerto asesinados por negarse a renunciar a su fe, lo que ha sucedido en determinadas épocas de la historia cuando se han desatado persecuciones cristianas. Se suponía que el asesino tenía la intención de matar a alguien por su odio a la creencia de la persona en Jesucristo, como sucedido hace poco con muchos cristianos que murieron a manos de extremistas islámicos en Medio Oriente.
La declaración de mártir exime al candidato a la santificación a que se confirme la ocurrencia de un milagro atribuido a su intercesión. Que se compruebe un segundo milagro es usualmente requerido para la canonización.
Óscar Arnulfo Romero fue asesinado por escuadrones de la muerte de extrema derecha, que presuntamente eran católicos bautizados pues la población en El Salvador es abrumadoramente católica, por oponerse de manera vehemente, en su prédica, a la represión que sufrían los sectores pobres de la población a manos del Ejército, en los inicios de la guerra civil salvadoreña (1980-1992). Romero fue asesinado un 24 de marzo de 1980 por un tiro certero de un francotirador mientras celebraba misa en una capilla de un hospital de San Salvador.
El proceso de canonización de Romero, que incluye como paso previo su beatificación, estuvo estancado por años en El Vaticano debido a la oposición de algunos eclesiásticos conservadores de Latinoamérica que temían que el hecho fuera percibido como un guiño a quienes siguen la teología de la liberación, lo que podría envalentonar a parte de la iglesia que sostiene que las enseñanzas de Jesús requieren que sus seguidores luchen por la justicia social y económica.
También se retrasó porque no se había aclarado si Óscar Arnulfo Romero fue asesinado como resultado de un odio generado a su fe cristiana, o por su posición política. Si fue asesinado por sus ideas políticas, se argumentó entonces, no podía ser declarado como mártir de la fe.
Al final, el papa Francisco decretó que Romero murió como un mártir de la fe (in odium fidei). Pero el decreto que así lo declaró creo un nuevo entendimiento en el sentido de que los mártires pueden ser asesinados incluso por católicos, por su trabajo a favor de los pobres y marginados, inspirados en el Evangelio, como dijo el arzobispo Vincenzo Paglia, postulador y principal defensor de la causa de Romero.
“Si en el pasado el término `in odium fidei’ estaba estrictamente vinculado a la fe hoy incluye temas importantes como la caridad, la justicia y la paz”, dijo Paglia a los periodistas la semana pasada.