Hasta las 2:13 de la tarde del viernes, cuando el periodista Rubén Espinosa envió un último mensaje a un amigo suyo, todo iba bien.
Se habían puesto de acuerdo para estar en contacto desde que Rubén Espinosa decidió autoexiliarse en Ciudad de México. Tuvo que irse de Xalapa, la capital del estado de Veracruz, en el Golfo de México, donde había trabajado durante ocho años, donde han asesinado a 11 periodistas desde 2010 y donde estaba seguro de que su vida corría peligro después de detectar que le seguían.
–“¿Qué onda?”, le preguntó su amigo, un fotógrafo de la capital.
–“Salí con una amiga y con un compa. Me quedé en su casa y apenas ahora voy a la mía”, le respondió Rubén Espinosa apenas un minuto más tarde. Tenía prisa. Iba a trabajar esa tarde.
Fue la última vez que su amigo supo de él. Esa misma noche apareció torturado y con un tiro de gracia junto a cuatro mujeres más en el mismo apartamento del que estaba a punto de irse.
Lo que muchos de sus colegas piensan ahora es que las represalias por las fotografías que Espinosa había tomado en Veracruz le siguieron hasta darle caza en la capital.
El Procurador del Distrito Federal dijo el martes que aún no es posible descartar ninguna línea de investigación. Que todas continúan abiertas. Incluida la que vincularía el asesinato de Espinosa al ejercicio del periodismo. Pero también explicó que el robo a una de las víctimas era una de las hipótesis. Hay tres sospechosos. Aparecen en la grabación de una cámara de vigilancia que muestra como abandonan el edificio 49 minutos después del último mensaje que Espinosa le envió a su amigo.
Si fueron ellos tuvieron que entrar a la vivienda, reducir a cinco personas que se resistieron, atarlas, torturarlas, abusar sexualmente de alguna de ellas, saquear la casa, buscar lo que estaban robando, meterlo en una maleta y salir caminando tranquilamente del edificio en 49 minutos.
Aunque la investigación llegue a la conclusión de que la masacre no está relacionada con el fotógrafo asesinado, su muerte ha impactado el círculo periodístico de México y a los defensores de los derechos humanos. El mensaje que creen haber recibido es que ya no hay lugar en el que refugiarse en uno de los países más peligrosos del mundo para el ejercicio de la libertad de prensa.
Incluso después de llegar a la capital, Rubén Espinosa siguió sintiendo que le seguían, que le vigilaban. Contó a sus amigos que un hombre que conocía se le había acercado en un restaurante para preguntarle si era el fotógrafo que había escapado de Veracruz. Que lo mismo le había sucedido una segunda vez, en una fiesta.
Rubén Espinosa creció en la capital. Pero se sentía estrechamente vinculado a Xalapa, una pequeña ciudad de provincias intensa desde el punto de vista noticioso y donde había hecho su vida profesional, y en gran medida su vida personal y su visión política. Se había especializado en la cobertura de movimientos sociales.