En recuerdo de mi yerno, Julio César,
desaparecido el 10 de abril de 2010
El sexenio de Felipe Calderón terminó con un saldo social violento, uno económico de mejores perspectivas a futuro, uno financiero con altos índices de equilibrio —salvo que en los próximos días se destape alguna mentira o se invente otra— y uno político donde, si bien tiene una alta percepción de ineficacia por su labor a nivel mediático, entregó un país en marcha y con aceptación por su labor, según algunas encuestas —las serias—; es decir, no fue reprobado.
Empero, quedan muchas interrogantes sobre las acciones y el rumbo que tomó su gobierno, el cual inicialmente había sido planteado como el del empleo. Y la explicación quizá se remite a que Felipe Calderón se coló a una fiesta a la que no había sido invitado porque no formaba parte de los grupos de poder que decidieron, en 1994 desbarrancar el proyecto reeleccionista de Carlos Salinas de Gortari, para mantener el juego de la alternancia en el poder que se daba en el propio PRI.
Aquel año del levantamiento zapatista y el asesinato de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, como dijo el hermano de éste, se soltaron los demonios que decidieron jugar a la alternancia del poder fuera del PRI, pero controlada por ellos mismos. Fue así como al año siguiente impulsaron a Vicente Fox para ganar Guanajuato, quien al rendir protesta de inmediato lanzó su candidatura presidencial para 2000.
Ese mismo año comenzó a descollar otro actor político, impulsado por las cajas de los gastos de campaña de Roberto Madrazo en Tabasco, las cuales sólo se las pudieron entregar por órdenes de Ernesto Zedillo, quien marcó su sana distancia del PRI para dirigir la “transición a la democracia” al imponer un candidato modo para Vicente Fox.
En tanto, Andrés Manuel López Obrador accedía a la Jefatura de Gobierno con un fallo a modo desde el Tribunal Electoral del Distrito Federal, pese a carecer de la residencia legal. Así se impulsaba el eslabón que en 2006 asumiría para entregar el poder nuevamente al PRI este año.
La estrategia para hacer de Fox y López Obrador personajes que en el imaginario popular lograran vencer las inercias del aparato priista en las elecciones, fue idéntica: que el Presidente de la República en turno los subiera al ring nacional, los hiciera visibles y ellos se identificaran con el descontento popular. Uno macho, bravucón, se impondría al PRI; el otro defendería las causas de los pobres con un mensaje de honestidad que sólo él y algunos acólitos se lo creen.
Fox llegó a la Presidencia frente a un Francisco Labastida opacado. La receta la pretendió repetir Fox con Santiago Creel, para dejar el camino libre al tabasqueño. Sin embargo, no tenían contemplado que Calderón se les cruzara en el camino y desbarrancara el proyecto dela transición controlada.
¿Qué ocurrió entre el primer domingo de julio y el 1 de diciembre de 2006, que obligó a Felipe Calderón a declarar la “guerra” al narcotráfico? Algún día deberá aclararlo Felipe Calderón, porque la noche del 30 de noviembre pasado Joaquín López Dóriga presentó la segunda parte de una entrevista en la que, al final, dijo: “Hay quien apostaba que yo no llegaría a la Presidencia; hay quien apostaba que yo no tomaría protesta; hay quien apostaba que yo no llegaría a los tres meses de mandato”. Ese alguien, aclaro, no fue López Obrador, sino una conjunción de fuerzas, la misma que descarriló el proyecto de Salinas de Gortari.
Porque tras la toma de protesta de Calderón y su declaración de “guerra”, en los estados no sólo dejó de combatirse a la delincuencia organizada, sino que, por el contrario, existen indicios no sólo de que se le solapó, sino también se le protegió. López Obrador mantuvo un plantón que en cualquier parte del mundo lo habrían llevado a la cárcel y aquí, incluso, se le protegió.
Dentro del PAN Manuel Espino inició una campaña nacional con recursos aún no revelados en contra de Calderón, fortalecida en los últimos meses de la pasada campaña presidencial por Vicente Fox —por cierto, el viernes 30 de noviembre dijo Calderón que no le merecía el menor respeto. Tampoco podemos olvidar que el dirigente de este grupo político, Diego Fernández de Cevallos, fue “secuestrado” en un momento de gran trascendencia política, cuando se tomaban importantes decisiones sobre el futuro del PAN y sus candidatos.
Es claro que Calderón no estaba invitado a la “fiesta de la democracia” y la “alternancia controlada” y, por lo mismo, tuvo un sexenio donde la apuesta era el desgobierno y que otras fuerzas no se apoderaran del poder con Calderón por delante. Hoy parece volver a tomar rumbo “el destino del país”, mientras varios de los actores principales reciben su pago por retornar el tren al camino inicialmente trazado. López Obrador no alcanzó la Presidencia, pero tendrá un partido para jubilarse, lo mismo que Manuel Espino.
El destino de Calderón en Harvard es incierto, como en su momento lo fue el de Carlos Salinas. Calderón le debe una explicación a la Nación sobre quién o quienes apostaron a que no gobernaría y que son, seguramente, los responsables de miles de muertos y desaparecidos.
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