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Beatriz Gonzalez

Reflexiones de un buen jefe

By mayo 23, 2011No Comments

la discusion y el sueño

Beatriz González Rubín

Desde que abrí los ojos esa mañana sabía que no sería un buen día. La noche fue larga y no descanse, había discutido con mi hijo adolescente por sus calificaciones y por su falta de interés en los compromisos familiares. Mi esposa no estuvo de acuerdo con la manera que le llame la atención y definitivamente fue motivo de pelea.

Amanecí como si un tren me hubiera pasado encima, el día no era muy alentador, desde temprano junta con uno de los clientes más importantes y exigentes. Al llegar a la oficina llame inmediatamente a Alicia, mi asiente para que me entregara la presentación que le llevaría al cliente, para mi sorpresa faltaban puntos y el trabajo no era como yo lo había pedido. Inmediatamente explote, la joven que tenía a lado recibió toda mi frustración, enojo y reclamo en un solo instante. Con voz fuerte y sin ningún cuidado le exprese lo decepcionado que estaba de su trabajo, a pesar de que yo era consciente que no era sólo su responsabilidad: la presentación había sido realizada por mi equipo de trabajo, las instrucciones las recibieron de mi boca. Eso me causaba una gran decepción ya que yo era claro y conciso en lo que pedía. Inmediatamente convoque una junta con todo mi equipo, quedaban un par de horas antes de que el cliente llegara, tal vez se podía lograr algo.

A los pocos minutos todo el equipo estaba reunido en la sala de juntas, cuando entre pude percibir la inseguridad y preocupación en el rostro de los presentes, pero eso no me detuvo, comencé a hablar del enojo que sentía, de la falta de responsabilidad y de compromiso, el silencio era total.

Finalmente en un momento, que de mi boca dejaron de salir palabras de reclamo Julio uno de los jóvenes que era cabeza del equipo me cuestiono sobre los cambios que quería que se realizaran. Yo tratando de mantener la calma, lo cual era casi imposible, di las instrucciones y salí de la sala de juntas hecho una furia, no sin antes dejar claro que tenían poco tiempo para entregarme la presentación corregida. La gente se puso a trabajar inmediatamente, su rostro revelaba la misma frustración que yo sentía.

Ya en mi oficina revise nuevamente los papeles que Alicia me había entregado antes de la junta. Trate de respirar y hacer un alto en el camino, me serví un café y comencé a revisar la presentación.
Al hacerlo con más calma me di cuenta que la situación no era tan grave como la percibí momentos antes. ¿Entonces porqué anteriormente me pareció todo tan malo?

La razón era muy sencilla, mis problemas familiares y el escaso descanso me habían nublado la razón. Ahora que revisaba el proyecto que sería entregado al cliente, eran pocas y sencillas las correcciones.
Inmediatamente la culpa se apodero de mí, en pocos minutos había destrozado el trabajo y la dedicación de varios días de la gente, me di cuenta que mi mal humor estaba interfiriendo en mi trabajo, y lo peor de todo es que desquitaba mi frustración en las personas que menos culpa tenían y que definitivamente eran mi responsabilidad.

Unos leves toques en la puerta me regresaron a la realidad, Alicia me informaba que los cambios que había pedido estaban listos y que mi equipo me esperaba, sus ojos no eran los de siempre, tal parecía que ahora me tenía miedo. La confianza y comunicación que había logrado conquistar desapareció en un santiamén.

Me dirigí a la sala de juntas, ahí todos los que trabajaban conmigo día con día me esperaban, nuevamente la mirada que reconocí en Alicia se encontraba en los ojos de todos ellos.

Me entregaron el trabajo, los cambios (que en realidad eran pocos, estaban perfectos, ahora podría estar seguro que el cliente estaría contento), los revise lentamente, sentía la mirada de todos ellos buscando aceptación. Deje los papeles sobre la mesa, los felicite y procedí a pedir perdón (situación que realmente me cuesta trabajo), les explique los problemas de la noche anterior, no tratando de justificarme sólo buscando un poco de entendimiento. Todos me dijeron que no había problema, pero esa mirada de desconfianza no desaparecía, fue hasta que hable de mi torpeza, poco tacto, el terrible error que cometí al dejar que un problema personal amenazara con terminar con la confianza establecida desde meses atrás, que los ojos de cada uno fueron cambiando, lentamente todos reaccionaron y aceptaron de corazón mis palabras.

Es así como me di cuenta que el camino que recorremos durante meses y quizás años para establecer buenas relaciones se puede romper de un solo golpe. No vale la pena destrozar a alguien solo para sentirnos mejor o descargar nuestra angustia. La comunicación y el buen entendimiento van de la mano de la capacidad de diferenciar las frustraciones personales de la responsabilidad laboral.

No Comments

  • Gustav dice:

    Wow, que bonita publicación, de verdad que hace reflexionar sobre el gravísimo error que cometemos cuando descargamos en alguien algún enojo o frustración que tenemos y que, definitivamente, no es culpa de esa persona.
    Gracias por compartirlo.

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