Si el Brexit se hiciera realidad. De entrada, una pesadilla para los eurófilos y un peso menos para los eurófobos. Un Brexit, o salida del Reino Unido de la Unión Europea, supondría en realidad un salto al vacío puesto que hasta ahora ningún país se ha separado del bloque.
La UE, a través del presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker, afirmó que no existe un plan B y Downing Street no tiene uno alternativo. Paso entonces a la improvisación.
Algunos incluso lo han convertido en el tema de un War Game (simulacro) organizado en enero en Londres en presencia de exresponsables europeos. El juego se avinagraba ante la eventualidad de un Brexit.
La primera etapa para un Brexit pasa por una negociación entre las dos partes, como prevé el artículo 50 del Tratado de Lisboa. En dos años tendría que hallarse una solución, a no ser que las dos acordaran prolongar el plazo.
La segunda fase dependería del desenlace de estas negociaciones: Reino Unido permanecería en el Espacio Económico Europeo (EEE) como Noruega o Islandia, y por lo tanto seguiría como miembro del mercado único. ¿O no?
En la City londinense, el barrio de negocios más importante de Europa, contrario al Brexit, se han estudiado todas las posibilidades. El presidente del gigante bancario europeo HSBC, Douglas Flint, que optó por quedarse en Londres, adelantó que podría deslocalizar 1.000 empleos.
El primer ministro británico, David Cameron, ha advertido del peligro de pensar que una salida de Europa sería jauja.
Según un estudio del ‘think tank’ Open Europe, un Brexit costaría alrededor de un punto del Producto Nacional Bruto en 2030. “Salir del mercado único y de la unión aduanera no se compensaría con un nuevo acuerdo comercial con la UE”, estima. La prosperidad del país fuera de la UE pasa, según el estudio, por una “liberalización comercial y una desregulación”.
Pero abrir sus fronteras a la competencia de países de mano de obra barata contradice la voluntad declarada de limitar drásticamente la inmigración, espina dorsal del Brexit.
Una evidencia en cualquiera de los casos. Reino Unido retomaría el control de sus fronteras y limitaría la inmigración de todos los países, incluidos los de Europa del Este, privando a sus ciudadanos de subsidios sociales.
Y es que el Parlamento podría derogar las normas de la UE integradas en la legislación británica.
Queda otro asunto: ¿la policía fronteriza británica seguiría apostada en Francia o este país decidiría detener los controles y dejar partir por el Eurotúnel (túnel ferroviario submarino en el Canal de la Mancha) a los miles de migrantes bloqueados en la llamada Jungla de Calais?
También tendría consecuencias para los ciudadanos de la UE residentes en el Reino Unido, que serían tratados como los demás extranjeros y necesitarían un permiso de residencia y de trabajo. Los países de la UE podrían responderle con la misma moneda aplicando las mismas reglas a los británicos.
En el ámbito de la seguridad y la defensa, es razonable apostar por que todo el mundo tendría interés en proseguir con la cooperación y el intercambio de información.