La amenaza de ataques sangrientos de los rebeldes talibanes se cierne como nunca sobre las elecciones presidenciales y provinciales del 20 de agosto en Afganistán, lo que hace temer una abstención masiva del electorado en las urnas y por lo tanto unos resultados poco creíbles. Ocho años después del comienzo de la intervención militar internacional que los expulsó del poder, y pese a la presencia de 100.000 soldados extranjeros, los talibanes ganan terreno en el país, reconoció el lunes el comandante de las fuerzas estadounidenses en Afganistán, general Stanley McChrystal.
Los episodios violentos batieron en los últimos meses récords absolutos desde 2001, un hecho que pone en duda la celebración de elecciones en una parte de los 7.000 centros de votación, principalmente en los bastiones rebeldes del sur y del este.
Los expertos están convencidos de que los talibanes tienen mayor capacidad que en 2004 y 2005 para obstruir estas elecciones, como ya anunciaron que harían. “Bastará sólo con unos kamikazes en una gran ciudad el día de la votación para que la gente se quede en casa”, estima el analista afgano Harun Mir.
A pesar de los 300.000 policías y soldados afganos e internacionales que estarán desplegados para intentar garantizar la seguridad, si los insurgentes deciden actuar “será casi imposible detenerlos” porque “un kamikaze siempre puede infiltrarse”, advierte Mir. Los talibanes llamaron a los afganos a boicotear estas elecciones, que consideran una impostura orquestada por Estados Unidos, y a alzarse en armas contra los “invasores”.
“No atacaremos a los civiles en los colegios electorales. Pero impediremos a la gente que vaya a ellos”, declaró uno de sus portavoces, Zabihulá Mujahed. La amenaza de ataques y la intimidación de los electores ponen en peligro la credibilidad de los comicios, según los observadores.
Teniendo en cuenta que la seguridad es una condición indispensable para elecciones libres y justas, la situación actual “podría afectar a la libertad de movimiento de algunos electores”, sostiene Nader Nadery, presidente de una ONG. El mensaje de los talibanes ha calado en la opinión pública.
“No creo que las elecciones se desarrollen bien, no hay seguridad (…)”, opina Hamidulá, un habitante de Kandahar (sur), la capital bajo el régimen de los talibanes (1996-2001). Frente al aumento de la violencia, algunos países occidentales han pedido la apertura de negociaciones con insurgentes “moderados”, una idea que el presidente afgano Hamid Karzai defiende desde hace años.
Karzai, favorito para las presidenciales, se ha comprometido a organizar un encuentro con los rebeldes bajo la égida del rey Abdalá de Arabia Saudí para entablar negociaciones, en el caso de que sea reelegido. Pero los talibanes han rechazado en varias ocasiones las propuestas de Karzai, poniendo como condición la retirada de las tropas extranjeras.
A pesar de que el derramamiento de sangre es un hecho cotidiano, el portavoz del ministerio de Defensa, Mohammad Zahir Azimi, asegura que “la amenaza no es tan grande”. Pero para el afgano de a pie, como el ingeniero Mohammad Akram, “la amenaza sigue presente”, con o sin elecciones. El votará, pero se pregunta: “¿Quién puede garantizar que no moriré en un ataque de los talibanes antes o después de las elecciones?”