Por: Redacción de Medio Ambiente y Frontera | Fecha: 09 de diciembre de 2025 Tiempo de lectura: 11 minutos
La frontera norte de México arde, y no es solo por las altas temperaturas, sino por una deuda que ha secado la diplomacia y los campos agrícolas por igual. Al cierre de este 2025, el balance es desolador: México acumula una década de incumplimientos, tensiones sociales y parches administrativos en relación con el Tratado de Aguas de 1944. Lo que alguna vez fue un acuerdo binacional modelo para la gestión de cuencas compartidas, hoy se ha convertido en una fuente inagotable de conflicto entre agricultores, el Gobierno Federal y los Estados Unidos.
No se trata de una sequía atípica ni de una mala racha pasajera. Analistas y expertos en hidrología coinciden en que la incapacidad de México para entregar las cuotas de agua pactadas durante los dos últimos ciclos quinquenales (2015-2020 y 2020-2025) revela una crisis estructural. A continuación, desglosamos las seis claves críticas que explican por qué el país ha sido incapaz de honrar el Tratado de Aguas de 1944 y por qué esta deuda amenaza la soberanía nacional.
1. La matemática de la deuda: Dos ciclos de números rojos
Para entender la magnitud del problema, hay que mirar los números. El Tratado de Aguas de 1944 establece que México debe entregar a Estados Unidos un promedio mínimo de 431.7 millones de metros cúbicos anuales en ciclos de cinco años, provenientes de los afluentes del Río Bravo. Sin embargo, la realidad operativa ha chocado con la letra del acuerdo.
Desde 2015, México ha arrastrado déficits constantes. El ciclo 35 (que cerró conflictivamente en 2020) terminó pagándose «al cuarto para las doce» y mediante la transferencia de aguas de presas internacionales, comprometiendo el abasto humano. El ciclo 36, que concluyó recientemente en octubre de 2025, repitió el patrón de impago y negociación forzada. La crítica central es que la Comisión Nacional del Agua (Conagua) ha administrado el Tratado de Aguas de 1944 como una tarjeta de crédito, pagando los mínimos y acumulando intereses políticos, en lugar de gestionar el recurso de manera sostenible.
2. Sequía extrema vs. Negligencia administrativa
Es innegable que el cambio climático ha golpeado al norte de México. Las cuencas de Chihuahua, Coahuila y Tamaulipas han visto reducir sus precipitaciones drásticamente. Sin embargo, culpar exclusivamente al clima es una salida fácil que oculta la mala gestión.
Expertos señalan que el Tratado de Aguas de 1944 fue diseñado en una época donde la abundancia hídrica era distinta, pero también critican que el Estado mexicano no ha invertido en tecnificación de riego ni en infraestructura para evitar el desperdicio. Se estima que más del 40% del agua agrícola se pierde por evaporación o filtraciones en canales obsoletos. Esta ineficiencia interna hace imposible cumplir con los compromisos internacionales. Mientras no se modernice el campo norteño, cumplir cabalmente con el Tratado de Aguas de 1944 seguirá siendo una misión imposible.
3. La «Guerra del Agua» y el estallido social en Chihuahua
La década de incumplimiento no se mide solo en metros cúbicos, sino en sangre y tensión social. El conflicto de La Boquilla en 2020 marcó un antes y un después en la percepción del Tratado de Aguas de 1944. Ver a agricultores enfrentándose a la Guardia Nacional para defender el agua de sus presas fue la prueba de que el gobierno federal perdió el control político del recurso.
Los productores de Chihuahua argumentan, con razón, que no pueden pagar una deuda externa con el agua que necesitan para sobrevivir internamente. Esta desconfianza hacia la federación ha paralizado cualquier intento de extracción programada. El gobierno no ha logrado tejer una estrategia política que concilie las necesidades locales con la obligación internacional del Tratado de Aguas de 1944, convirtiendo cada entrega de agua en una batalla campal en potencia.
4. Tensiones diplomáticas: La paciencia de Texas se agota
Del otro lado del río, la presión no cesa. Los agricultores del sur de Texas y los legisladores estadounidenses han elevado el tono de sus reclamos en los últimos 10 años. Para Washington, el cumplimiento del Tratado de Aguas de 1944 no es opcional, y la recurrencia de México en invocar «sequía extraordinaria» para justificar los retrasos ha desgastado la credibilidad diplomática.
Este incumplimiento crónico pone a México en una posición de debilidad negociadora en otros temas bilaterales, como migración o comercio. Críticos de la política exterior advierten que Estados Unidos podría empezar a exigir revisiones más estrictas o condicionar ayudas si México no presenta un plan creíble para sanear su deuda hídrica. La violación sistemática de los términos del Tratado de Aguas de 1944 es hoy uno de los puntos más ríspidos en la agenda bilateral.

5. El conflicto interno: Norte contra Norte
El problema del agua ha fracturado también la unidad nacional. La gestión del Tratado de Aguas de 1944 ha provocado un enfrentamiento directo entre los estados de la cuenca. Tamaulipas, que se encuentra aguas abajo, reclama que Chihuahua (aguas arriba) retiene el agua ilegalmente, impidiendo que llegue tanto a los usuarios tamaulipecos como al pago internacional.
Esta falta de gobernanza de cuenca ha dejado al gobierno federal como un árbitro rebasado. Sin un reglamento claro y actualizado que distribuya las cargas de la sequía equitativamente, el Tratado de Aguas de 1944 se ha convertido en una herramienta de disputa interestatal, donde cada gobernador defiende su parcela sin una visión de nación.
6. La obsolescencia de un acuerdo de 80 años
Finalmente, la crítica más profunda apunta a la viabilidad misma del documento. Firmado hace más de ocho décadas, el Tratado de Aguas de 1944 responde a una realidad demográfica y climática que ya no existe. En 1944 no existían las megaciudades fronterizas de hoy ni la agricultura intensiva actual.
Insistir en cumplir un tratado con parámetros del siglo XX en pleno colapso climático del siglo XXI parece, para muchos especialistas, una receta para el desastre. Sin embargo, renegociar el Tratado de Aguas de 1944 es un riesgo que ningún gobierno quiere correr, por miedo a obtener condiciones peores. Así, México vive atrapado en un limbo: no puede cumplir el tratado actual, pero teme abrir la caja de Pandora de uno nuevo.
Conclusión: Una bomba de tiempo en la frontera
Al cumplirse una década de inestabilidad y adeudos, la situación es crítica. México no puede seguir administrando la escasez mediante decretos de emergencia y militarización de presas. El Tratado de Aguas de 1944 requiere una reingeniería en su aplicación interna, basada en ciencia, tecnología y consenso social, no en imposición política.
Si el gobierno no atiende las causas de raíz —la ineficiencia, la corrupción en la distribución de concesiones y la falta de infraestructura—, los próximos cinco años no serán de pago, sino de colapso definitivo. El agua, o la falta de ella, está reescribiendo la historia del norte, y el Tratado de Aguas de 1944 es el protagonista de este drama que amenaza con secar no solo la tierra, sino la paz social de la frontera.








