Un modelo de simplicidad en el exterior, la dama de hierro que simboliza París es una complicada pieza de ingeniería dentro de su elegante figura en forma de A. Bombas especiales, calentadores y bombillas de larga vida mantienen a la Torre Eiffel funcionando y resplandeciente – pese a sus 119 años a cuestas -, al tiempo que enormes ruedas dentadas, engranajes y cables giran, golpean, rechinan y ronronean en las profundidades de la estructura, en lugares a los que no tienen acceso los turistas.
Cuidar el corazón del monumento es una tarea enorme, a veces peligrosa, que nadie ve, pero que mantiene la torre luciendo como nueva. Más de 500 personas – desde soldadores y plomeros hasta guardias de seguridad y cocineros – trabajan en la estructura. “Es una ciudad aquí adentro, llena de vida y formas vivientes muy específicas” dijo Yves Camaret, director técnico de la compañía que administra la torre, al guiar a la The Associated Press en un recorrido por sus áreas vetadas al público.
Sótanos profundos entre las patas de la torre albergan los enormes motores hidráulicos que mueven los dos ascensores de visitantes. Descender la escalera de caracol hacia el foso es como ingresar al set de “Tiempos Modernos”, la película de Charles Chaplin de 1936 sobre una sociedad industrial. Gigantescas ruedas dentadas giran lentamente, engranajes pintados con colores vibrantes se mueven constantemente y cables de metal con la circunferencia de un plato de postres se desenroscan y retroceden como anacondas.
Un tanque de 3.800 litros lleno de agua, que alguna vez fue bombeada desde el vecino Sena, provee el contrapeso necesario para subir a los aproximadamente 18.000 visitantes diarios al descanso del segundo nivel, a unos 115 metros de altura. La miríada de piezas ruidosas del motor necesitan frecuente lubricación, y son inspeccionadas a diario.
Incluso una breve avería en uno de los ascensores puede causar un crecimiento al doble en las colas de visitantes. La compañía administradora consiguió ganancias netas de 1,82 millones de dólares en el 2007. El dinero va a las cuentas de los accionistas, que incluyen la municipalidad de París.
La torre atrae unos 7 millones de visitantes anuales, lo que le hace una de las principales atracciones turísticas en el mundo y blanco potencial para terroristas, aunque hasta ahora solamente ha sucedido en el cine, en la película de 1980 “Superman II”. “Es un símbolo, y por tanto es un blanco”, dijo Camaret. El equipo de seguridad de la torre es amplio, dice, sin dar detalles.
Los guardias tienen además que estar alerta a los suicidios. Hay un promedio de uno por año, dijo Camaret. El último fue un hombre a inicios del año pasado. Diseñados por el arquitecto de la torre, Gustave Eiffel, los elevadores fueron instalados en 1899 – 10 años después de la apertura. Junto con elevadores más modernos que suben hasta la terraza de observaciones en la cima, a 275 metros de altura, recorren más de 99.775 kilómetros subiendo y bajando cada año.
Todo ese rechinar deja sus marcas. En estos momentos se está realizando una restauración para remplazar todas las piezas de uno de los viejos motores hidráulicos. En Francia y Alemania se están fundiendo copias exactas de cada uno de los engranajes, ruedas dentadas y tornillos originales, por 28 millones de dólares, según Eric Trahand, del equipo de mantenimiento de la torre. Descontando los visitantes, todo lo demás sube y baja en modernos elevadores eléctricos.
Desde chucherías a la venta en la tienda de recuerdos hasta baguettes y champán servidos en los restaurantes – el Jules Verne, del prestigioso chef Alain Ducasse y el más informal Altitude 95 -, todo es examinado con rayos X. Es entonces empacado en contenedores cerrados, para el viaje al cielo. Bombas subterráneas envían el agua a lavamanos e inodoros en el tope.
Decenas de kilómetros de tuberías están integrados a la estructura del monumento, lo que las expone a las inclemencias de los elementos. Minicalentadores impiden que se congele el agua cuando baja el mercurio, para garantizar que sigan funcionando los lavabos en el peor de los inviernos. Un equipo de 30 pintores trabajando a tiempo completo durante 18 meses remoza la torre con una fresca capa de su tradicional tono de bronce.
Incluso cambiar una bombilla se convierte en algo complicado.
Para cambiar uno de los 360 reflectores, técnicos especialmente entrenados emplean equipo de montañismo para escalar las vigas cruzadas. Trabajando en parejas por razones de seguridad, están atados con cuerdas de nylon a la estructura todo el tiempo, con las herramientas atadas al cinto para evitar accidentes. “Si usted deja caer algo, incluso algo tan pequeño como un destornillador, puede matar a alguien”, dijo el electricista Henri Pellier, que ha trabajado en la torre durante 14 años.
Ni Pellier ni su compañero Eric Auzolles tenían ninguna experiencia escalando antes de ser contratados, y fueron entrenados por expertos montañistas. “Para mí, escalar es un placer”, dijo Auzolles mientras se colocaba los arreos amarillos y un casco. “Es como estar en la cima de una montaña … Lo único que nos falta es el sol y la nieve”.
A veces puede tomar hasta una hora para remplazar una sola bombilla. Por suerte, los 20.000 miniflashes que hacer brillar la torre cada hora a lo largo de la noche tienen 10 años de vida. Pieza central de la Feria Mundial de 1889, la torre representó entonces una revolución arquitectónica. No solamente era el edificio más alto del mundo – un título que mantuvo hasta la inauguración en 1929 del Edificio Chrysler en Nueva York – sino que marcó un contraste con los tradicionales edificios parisienses de piedra y poca altura.
Su construcción en el corazón de la capital francesa, en el elegante césped del Campo de Marte, desató un torbellino de controversia. Celebrados artistas, escritores y otros prominentes habitantes de la ciudad fustigaron la torre, pidiendo en una carta abierta en 1887 el cese de la construcción de esa estructura “inútil y monstruosa”.
Originalmente, la torre iba a ser destruida luego de 20 años, pero poco a poco ganó el favor del público – y se hizo útil como torre de comunicaciones – escapando así de la demolición.