América Latina es considerada como una de las regiones más violentas en el Mundo. El impacto económico de la violencia en la población es cuantitativamente preocupante: Las víctimas y sus familiares presentan una disminución en sus habilidades laborales; la zozobra que sigue a un hecho violento modifica radicalmente la conducta de la persona y el conocimiento del mismo en la sociedad, los aleja de los modelos de consumo y de diversión nocturna, con las consecuencias esperadas para diversos giros mercantiles.
El impacto interno de la violencia en los países de América Latina se recrudece por las crisis económicas internacionales, cuyos efectos son más perdurables y difíciles de remontar.
Los atrasos culturales y sociales que caracterizan a la región, se agudizan en las crisis de inseguridad, debido a que los Gobiernos optan por medidas represivas más que preventivas. Por ejemplo, cuando los índices delictivos se incrementan, las apuestas van sobre el incremento de penas y una mayor contratación de elementos policiales, estrategia que termina provocando mayores problemas: el hacinamiento carcelario y la corrupción.
Lo anterior es así, debido a que la falta de políticas de largo plazo, provocan la búsqueda de medidas efectistas que tengan repercusión tan sólo en la percepción de la sociedad: a mayor violencia, mayor dureza en la respuesta del Estado. Quienes delinquen y quienes pretenden reprimirlos, provienen de las mismas capas sociales, lo que permite revisar el fenómeno del combate a la criminalidad desde una perspectiva de guerra tribal o civil.
Los Gobiernos en conjunto debieran atender a los programas exitosos para el control del crimen y de la violencia, la cual es resultado no solamente de factores personales, sino de la ausencia de vías legitimas para acceder a un sistema que impone como condición el consumo y no el valor de la persona.
La vuelta de tuerca debe darse desde la educación y en la planificación de esquemas que, sin perjudicar la economía, brinden especial atención al capital humano. En la búsqueda de mayores ganancias, las grandes empresas trasnacionales no sólo no reparan en los daños que originan al medio ambiente de la región latinoamericana, sino que además, no les interesa conocer que las extenuantes jornadas laborales impiden a sus empleados convivir adecuadamente con sus familias: su rol de padres es sustituido por el de la mano de obra.
No son conscientes dichas corporaciones, que en pocos años los hijos de esos hogares desestructurados, provocarán con su violencia, la pérdida de su inversión.
La voracidad empresarial desemboca en una alta criminalidad. Es necesario explorar nuevas ideas y propuestas, antes de que la violencia se convierta también, en un producto a comercializar.
* Gabriel Regino Interesado en la Criminología y en el análisis de los factores de criminalidad y violencia.
Hago un seguimiento constante de los hechos delictivos que suceden en el País, a fin de identificar patrones y construir escenarios para la prevención. Abogado, Académico y Twitero.