Whiplash es una especie de “Matilda” remasterizada ya que el actor principal pareciera tener esos poderes, pero no cualquier poder, es un don musical que, a largo plazo, lo descubre por sí mismo. El nudo de esta película es no ser uno más de los artistuchos del pueblo quesero donde radica. La relación entre el alumno y el maestro, en un prestigiado conservatorio de música de Estados Unidos, es el motor del filme de principio a fin. No hay más. Andrew es un neófito talentoso para la batería y su especialidad: el jazz, pero con una hectárea y media de conflictos emocionales: Andrew se debate entre una familia que sobaja su carrera artística y una novia que es demasiado “cliché” para sus pretensiones (aunque yo en el fondo pensaba “Wey, no chingues, no puedes dejar ir a una mujer así”); Andrew no sólo quiere destacar como alumno, sino que quiere ser uno de *Léase con voz grave de tráiler de Cinemex* “DE LOS GRANDES”
El jazz es uno de esos géneros que pocos buscan con regularidad, pero que de alguna manera sigue vivo, y forma parte esencial del mundo. El jazz, “la única y verdadera forma de arte americano”, es intensidad, genialidad, un vórtice de emociones crudas, de esas que suben del estómago a la garganta y se te quedan ahí semanas, meses.
Y de eso está hecho Whiplash. Andrew tiene la mala (o buena fortuna) de cruzarse con un maestro que es un reverendo hijo de puta, Fletcher. Sí, lo primero que llama la atención es que Fletcher tiene los métodos de enseñanza de aquella gorda que todos repudiamos de pequeños y que hemos visto más de 10 veces por el Canal 5: Tronchatoro
Sin embargo, a diferencia de aquella directora gordita, quien sólo sabía gritar y humillar a l@s alumn@s, Fletcher es una especie de geniecillo de la música con un oído perfecto en el cuerpo de un bully, un loco que SÍ tiene algo (o un chingo) que enseñar. Eso lo vuelve peligroso y el personaje se desenvuelve de muchas y maravillosas formas. J.K. Simmons, en la actuación de su vida, la que le valió la nominación al Oscar como Mejor Actor Secundario, ha dotado a Fletcher de una dimensión muy extraña: sabes que el tipo es malvado, pero, aunque te cueste trabajo admitirlo, después de verlo golpear y humillar verbalmente a sus alumnos, lanzarles sillas, de trollearlos psicológicamente sin fin y maltratarlos con horarios y sesiones metahumanas, produce en ti la sospecha de que tiene razón. Por ello hizo de Andrew una “máquina”. Me quedo con una de sus frases: “There are no two words in the English language more harmful than good job“.
¿Pero a qué costo?, ¿volverte loco?, ¿suicidarte?, ¿chocar en un crucero sin que te importe nada más que llegar al concierto? En este mundo en el que nos tocó vivir, antes del “éxito”, de esa pedorra palabra que ha jodido tantos cerebros de tantas personas, está otra pedorra palabra llamada “competitividad”. Tod@s la sentimos desde niñ@s, ese espectáculo por alcanzar la excelencia educativa, colarse en las fuerzas inferiores de un equipo profesional, publicar un libro, filmar una película, ser “un chingón” para cerrar negocios, hacer los mejores PowerPoints, graduarse con el mejor promedio, ganar más dinero que todos esos malditos perdedores que solías llamar tus amigos, obtener más clics, más likes, más favs, más RT’s en tuiter. Asímismo, tener un bebé rubio, gordo y sano (más rubio, gordo y sano que el de tu amiga de la uni), adelantarse en la compra de la camioneta, la casita en Cuernavaca para las pedas, esa obsesión moderna por la competencia y el éxito y por ser los mejores nos tiene podridos, un despertar colectivo que nos han inculcado a tod@s desde pequeños. Y me temo que no hay área del conocimiento humano que no destile esta obsesión de una u otra forma.
Pero, de nuevo, Fletcher: sin tipos como él no habría existido Charlie Parker, su arte nunca habría sido conocido por el mundo. Los maestros echan a andar las ruedas del mundo.
Fascinante y muy emocionante ver esta acción en pantalla, realizada con estos huevos y esta intensidad. No he visto en el último año una película que me golpeara con esta emoción, esta violencia y esta velocidad (el final se te va directo a las tripas, al sistema digestivo).
@EduCoronaa
Escribes de la verga. En esta nefasta crítica no sólo dejas claro que tus conocimientos cinematográficos son sólo comparables con los de un chimpancé que padece síndrome de down, sino que lo único que provocas en el lector es preguntarse qué es peor: el pésimo, burdo y por demás excesivo humor que manejas o tu redacción.
Desconozco qué o quién te recomendó hacer esto, pero, por mi parte, la recomendación es que te pongas a ver más películas y tomes cuantos cursos de redacción puedas. O, en su defecto, te dediques a otra cosa.
PD: cualquier persona que aprecie el séptimo arte dejará de leer tu “crítica” cuando la comparas con Matilda. Así de fácil, o no viste Whiplas o no le entendiste.
Whiplash*