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Carin

Agora por Carin

By octubre 11, 2010No Comments

En muchas ocasiones se escucha a muy diversas personas referirse a la expresión señalada en la Sagrada Escritura, específicamente en el Antiguo Testamento (Gen 1,26) â??â?¦ a imagen y semejanzaâ?¦â?. En la mayoría de los casos se hace una mala interpretación de dicha sentencia con base en una dudosa interpretación o en una explicación privada carente de fundamentos doctrinales mínimos.

Esto se puede entender a la luz de una correcta hermenéutica, basada no solamente en la expresión textual de la Santa Biblia, sino en los modos de interpretación que existen y son conocidos, sancionados y empleados por la Iglesia. En principio hay que sostener que la lectura de la Biblia entraña una complejidad que tiene su razón en la naturaleza compleja y múltiple que le es propia. Recordemos que el Texto Sagrado contempla diversos planos de conocimiento, siendo a la vez un documento histórico, literario, moral y religioso. No es óbice lo anterior para señalar que el trabajo interpretativo debe considerar el tiempo en que fue escrito además de la manera particular en que fue redactada, como puede ser el muy extendido uso que se le dio a la parábola en el Nuevo Testamento. Esta calidad particular la convierten en un instrumento de difícil dilucidación.

Siendo conscientes de lo anterior se colige que la lectura e interpretación de la Sagrada Escritura es en extremo difícil, por lo que la interpretación no puede siquiera hacerse a través de un solo método, requiriendo al efecto diversas modalidades de hermenéutica. Ciertamente sería más provechoso acercarse a las fuentes originales, es decir, a los textos escritos en hebreo, arameo, griego y, en última instancia, en latín.

De todo lo anterior se infiere que quien esté dispuesto a interpretar la Santa Biblia puede hacerlo al no existir prohibición al respecto pero, si quiere que su interpretación no sea el juicio subjetivo, individual, personal, relativo, parcial y, seguramente, poco acertado, deberá considerar los argumentos antes esgrimidos.

El Catecismo de la Iglesia Católica señala, con base en los trabajos del Concilio Vaticano II, tres criterios: 1) Prestar una gran atención â??al contenido y a la unidad de toda la Escrituraâ?, 2) Leer la Escritura en â??la tradición viva de toda la Iglesiaâ? y, 3) Estar atento â??a la analogía de la feâ?. De la lectura de este Documento Fundamental se desprende que la â??única interpretación auténticaâ? (adminiculado con todo lo expresado en el presente líbelo) de la Palabra de Dios ha sido confiado únicamente al Magisterio de la Iglesia, al Papa y a los obispos en comunión con él (Catecismo de la Iglesia Católica, No. 85)

Finalmente, explicando el sentido de las palabras al epígrafe de la presente reflexión, las mismas significan, no que Dios sea hombre o mujer, no que Dios tenga cinco dedos como nosotros o alguna otra barbaridad del estilo. Para entender la infinitud nos hacemos de imágenes lo que no significa que esa sea la imagen precisa de Dios. Dios es infinito y no podemos encerrarlo en nuestra finitud. â??A imagen y semejanzaâ? quiere decir que participamos de la Gracia, es decir, de la Vida Divina, de la Vida de Dios, de la Eternidad, no que nos parezcamos a Ã?l â??físicamenteâ? lo que es claramente absurdo. Algo muy diferente es que Ã?l se haya hecho como nosotros, a través de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, es decir, a través de su hijo Jesucristo.

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