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El temor de los exiliados sirios. Los murales de playas, bosques y ciudades en un campamento desértico de Jordania son alegres y coloridos, e intentan levantar la moral de los refugiados sirios que viven allí.
Pero el esfuerzo empleado en pintar docenas de escenas alegres en las últimas semanas también refuerza el doloroso mensaje a los desplazados de que el regreso a casa está en un lejano horizonte.
Mientras el conflicto en Sirio cumple seis años este mes, los residentes de Zaatari tratan de asimilar la perspectiva de un exilio sin final a la vista.
Los recuerdos de Siria se desvanecen, las raíces en el campamento de 80.000 personas profundizan y la reubicación en occidente, aunque improbable para la mayoría, parece una opción más realista que volver a Siria.
“Vivo e esperanza, pero la esperanza queda muy lejos”, dijo Rasha Ali, de 30 años, que huyó hace cuatro años de un suburbio de Damasco. Ahora enseña en una escuela infantil en el campamento donde la mayoría de los niños nació después del inicio del conflicto en marzo de 2011 como un alzamiento contra el presidente, Bashar Assad, que se convirtió en una guerra civil.
Mientras tanto, la transformación de Zaatari continúa, desde sus inicios en 2012 como un caótico campo de carpas y hacia comunidad organizada.
Los vecinos tienen ahora direcciones oficiales con números para cada remolque prefabricado, en calles llamadas “esperanza” o “dignidad”.
Una planta solar de 17,5 millones de dólares, financiada por Alemania, se completará en 2017 para reemplazar a un sistema eléctrico improvisado. Las obras en redes de agua y alcantarillado están en marcha.
El director del campo, Hovig Etyemezian, indicó que la agencia de refugiados de Naciones Unidas intenta hacer Zaatari tan habitable como sea posible.
“Desde nuestro punto de vista, el campamento seguirá siendo un asentamiento temporal hasta el último día de su existencia”, comentó. “Tenemos mucha esperanza en que el conflicto termine y los refugiados regresen. Para nosotros será una calamidad si el conflicto sigue unos pocos años más”.
Más de 4,8 millones de sirios han huido de su patria, y unos 640.000 de ellos viven ahora en Jordania.
El quinto aniversario de la guerra se cumple entre una moderada esperanza de alcanzar una solución política tras varios intentos fallidos. La tregua limitada ha aguantado en su mayor parte desde el 27 de febrero y las conversaciones indirectas auspiciadas por Naciones Unidas, que se derrumbaron el mes pasado, se reanudaron en Ginebra el lunes.
Pero la fecha también cierra el peor año hasta la fecha para los civiles en Siria, con un aumento de los ataques contra instalaciones médicas y de la destrucción de viviendas, según un informe reciente de 30 agencias humanitarias como el Consejo Noruego de Refugiados (NRC) o la británica Oxfam.
Rusia, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia -todos miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que prometieron una solución política- avivaron el conflicto en diferentes grados y formas, ya fuera con una presión diplomática inadecuada, con apoyo político o militar a sus aliados en Siria o con acciones militares directas, afirmó el reporte.
“Esta es la clase de situación esquizofrénica que afrontamos ahora”, dijo Karl Schembri, de NRC.
“Ahora estamos en un momento muy importante, en el que (las potencias mundiales) han mostrado alguna clase de compromiso con este necesario cese de hostilidades, y tenemos que aferrarnos a este momento de esperanza”, afirmó. “No pueden fallar a los sirios otra vez”.
En Zaatari, las nuevas negociaciones de paz se ven recibidas principalmente con indiferencia.
“Palabras vacías”, dijo Emad Mansour, de 31 años, que observaba ante los dos remolques de su familia, pintados por artistas sirios, todos refugiados.
A diferencia de las conversaciones de paz, los nuevos murales han introducido una sensación de excitación, aunque fuera por un tiempo.
“Es un lindo cambio desde el blanco”, dijo Mansour, padre de cinco hijos, sobre el color que predomina en el campo. La familia recibió dos dibujos, uno de un bosque en una pared y otro de un pez nadando en un profundo mar azul.
Los murales pretenden dar una sensación de vecindario a los 12 distritos del campo. Cada zona tiene un color base y un tema, como la educación, la lengua árabe, la historia o el mar. Durante los últimos tres meses, los artistas han pintado remolques en la calle que rodea el campo. Ahora es el turno de las viviendas en el límite de cada distrito dentro del campamento, dijo Etyemezian.
Cualquier tema político está excluido del proyecto, financiado por la agencia de refugiados e implementado por NRC.
El artista jefe, Mohammed Jokhadar, de 30 años, dijo sentirse realizado porque los murales alegran el ánimo.
“La gente quiere ver, agua o algo que les recuerde al barrio donde vivían”, comentó Jokhadar, que también regenta una barbería y un estudio de retratos en el mercado del campo.
Mensajes positivos acompañan a algunos de los dibujos.
“El conocimiento puede elevar a la gente a los niveles más altos, mientras que la ignorancia puede hacer caer a los más nobles hasta el fondo”, dice un lema en el distrito centrado en la educación. Allí, los murales incluyen libros, computadoras y estudiantes universitarios que celebran su graduación con capas y birretes.
El arte callejero y las direcciones permanentes no son los únicos recordatorios de que Zaatari es un hogar.
En una de las escuelas infantiles del campo, los niños de cinco años -que tienen la misma edad que la guerra- no saben mucho sobre el lugar del que proceden.
Cuando se le pregunta qué recuerda, Alaa Sweidani dice que en su casa tenía una bicicleta. “También teníamos árboles”, añade con timidez. Julie Hariri, también de cinco años, dijo recordar una cría de patito y un osito de felpa.
Los profesores dijeron que intentan imbuirles una identidad siria hablando a los niños sobre sus pueblos en la provincia sureña de Daraa.
“Les decimos, Siria es hermosa, y Dios mediante, regresaréis”, dijo Ali, una de las profesoras.
Pero la maestra ha reducido drásticamente sus expectativas de volver a Saida Zeinab, un suburbio de Damasco del que huyó hace cuatro años con su esposo y sus tres hijos después de que su apartamento quedara destruido.
Ahora, su única esperanza realista es viajar a Europa con sus hijos. Su esposo Ahmed está en Holanda como solicitante de asilo tras llegar a Europa con la ayuda de contrabandistas, al igual que decenas de miles de sirios. Si obtiene permiso de residencia, la familia puede intentar reunirse con él, explicó Ali.
“Siria no tiene futuro”, dijo. Incluso si hay paz en algún momento, señaló, necesita décadas para recuperarse.
El temor de los exiliados sirios

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