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La República de Weimar es un referente para entender el momento actual que vive México.

La República de Weimar nace en la Alemania, derrotada durante la Primera Guerra Mundial. Surge en 1918 en sustitución del Imperio Alemán, en una transición que se inició a partir de una nueva constitución creada en la ciudad de Weimar.

Esta constitución representaba la transición hacia un régimen democrático, que generó grandes expectativas de justicia social y empoderamiento de la clase trabajadora.

Sin embargo, en la práctica, este modelo de gobierno —no obstante tener como objetivo ser incluyente y darle cabida, incluso, a los sectores conservadores—, representó una era de gran 

inestabilidad social y política, derivada del ambiente de confrontación y divisionismo.

En este contexto, surgieron las freikorps y las wehrorganisationen, que eran bandas armadas, formadas por exmilitares que se dedicaron a vender protección a terratenientes y campesinos que temían ser despojados de sus tierras ante los nuevos tiempos de reivindicación del proletariado. Sin embargo, estos grupos paramilitares después 

se convirtieron en saqueadores y extorsionadores.

La inestabilidad política y el populismo generaron desconfianza. Muchos vivales se enriquecieron estafando a la gente necesitada. La gente honesta vio esfumarse su patrimonio y los vividores hicieron grandes fortunas.

En 1923 sobrevino la hiperinflación, que pulverizó el dinero, los ahorros y el patrimonio de gran parte de la población.

Es sabido que las crisis económicas estimulan la evasión emocional como una compensación psicológica. Por ello, durante la República de Weimar florecieron la industria del entretenimiento, las artes y la cultura, lo cual constituyó un paliativo que ocultaba los grandes conflictos sociales y políticos que hibernaban en el inconsciente colectivo del pueblo alemán, escondiendo así su frustración.

La confrontación, resentimientos, reproches e intercambio de culpas vivían a flor de piel, pero de forma invisible.

La “gran depresión” de 1929 generó un descalabro económico con grandes repercusiones en la economía familiar. Millones de personas quedaron desempleadas y miles de pequeños negocios cerraron.

Es en este contexto de polarización, confrontación y nostalgia por la grandeza imperial perdida, es que se empieza a gestar la búsqueda de culpables para canalizar el sentimiento de victimización colectiva.

De este modo surge un nuevo movimiento político de tipo reivindicatorio —el nacionalsocialismo—, liderado por un joven austriaco de nombre Adolfo Hitler, que le promete al pueblo germano rescatar la grandeza de la nación alemana y para ello le ofrece, a través de su libro “Mi lucha”, todo un modelo antropológico, donde la raza aria —la esencia del pueblo alemán— está a la cabeza, y el pueblo judío, casi al final. El factor étnico es un gran catalizador de poder político para quien lo desarrolla, manipulando significados sensibles que le permiten dominar a quien tiene lastimada la autoestima.

Asumir el rol de líder reivindicador frente a un pueblo victimizado —que se sentía engañado y estaba sensible a reaccionar frente a narrativas populistas—, representa una estrategia de fácil respuesta para activar el nacionalismo patriotero sustentado en agravios.

Hoy que vemos a México como un país confrontado y dividido, debemos voltear hacia la experiencia de la República de Weimar y las condiciones sociales y políticas que facilitaron la llegada de un sistema de gobierno autoritario —como lo fue el de Hitler— a través de elecciones democráticas que le dieron legitimidad.

Es importante vernos proyectados en el espejo de la República de Weimar y en su ocaso, para entender si ese es el país que queremos dejar a las nuevas generaciones.

La democracia es como el “Caballo de Troya”… si no tenemos cuidado, podríamos estar abriendo nuestra casa y hospedando a quienes después nos despojarán de ella. ¿A usted qué le parece?

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