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Beatriz Gonzalez

Mala Costumbre

By septiembre 28, 2011No Comments

las esquelas son el recordatorio diario de la vida
La vida nos da constantemente señales que nos negamos a escuchar, hoy comparto con ustedes un pequeño cuento que seguramente lo que pretende es, abrirme los ojos�

Beatriz González Rubín

MALA COSTUMBRE

Como todas las mañanas, café y el primer cigarro de muchos que consumía en el día, eran mi despertar al mundo de los vivos. Dicen que el ser humano es un animal de rutinas, y yo no era la excepción.

Diariamente realizaba el mismo rito, después del café y el cigarro, hojeaba el diario matutino con la esperanza de encontrar soluciones nuevas a los viejos conflictos, la bolsa subía y bajaba como un columpio, la economía del país continuaba a pique, los personajes importantes de la sociedad siempre figuraban en la página de sociales, lo único diferente día con día eran los obituarios que anunciaban nuevas muertes. Una mórbida curiosidad me llevaba a leer las esquelas desde hacía mucho tiempo. Ese día no podía ser distinto, lentamente repasé nombres que para mí no tenían ningún sentido, no los conocía. A punto estaba de cerrar el periódico, cuando algo llamó mi atención: un recuadro con gruesos filos en negro enmarcaba un nombre sumamente familiar. La sangre se me heló, tenía que haber una equivocación que sería corregida inmediatamente.

Corrí a darme una ducha, el teléfono no paraba de sonar, decidí no contestarlo, pues de hacerlo retrasaría mi salida y por consecuencia mi llegada a la redacción del periódico para rectificar el terrible error.

Mientras me bañaba el agua se terminó, estaba completamente enjabonado, después de esperar cinco minutos, un pequeño hilo de agua salió por la regadera, el baño se prolongó por quince minutos más. Para entonces la cabeza estaba a punto de estallarme. El vestirme me tomó poco tiempo, me serví otra taza de café y con ella tragué las aspirinas para menguar la jaqueca. Dejé mi departamento y subí al elevador, algo me dijo que no debía hacerlo, pero el tener que bajar diez pisos por las escaleras, acalló la voz interior. Ya adentro, el ascensor se detuvo. Con una rabia incontrolable, oprimí el botón de la alarma. Parecía que nadie lo oía, desesperado inicié una lucha contra la puerta la cual pude abrir después de rasgar mi camisa, el maldito aparato estaba entre dos pisos, como un animal, me arrastre al piso de abajo, al salir un enorme ocho anunciaba mi arribo al octavo piso; busqué la puerta de las escaleras y emprendí mi descenso bufando como un toro, al llegar a la planta baja, la puerta que comunicaba las escaleras con el lobby, estaba cerrada; arremetí a patadas contra ella sin ningún resultado, dándome por vencido decidí olvidar mi visita al periódico, regresar a mi apartamento y mandar todo al diablo;cuando sin más la puerta se abrió y pude salir primero al lobby y luego a la calle. Subí a mi automóvil, la llave de ignición hizo contacto con el switch, sin ningún resultado, la batería estaba completamente descargada. Salí del vehículo histérico, la rabia había hecho presa de mi, sin ninguna precaución comencé a cruzar la calle, cuando de pronto un inmenso camión salió de la nada y me hizo volar por los aires; quedé tirado en el pavimento bañado en sangre, lo último que alcance a ver fue el puesto de periódicos donde había comprado el diario matutino, el cual como un aviso personal se había adelantado a mi muerte.

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